viernes, 11 de marzo de 2011

Cada día te despiertas (que no es poco)

    El sonido de las teclas es como música para tus oídos. Cierras los ojos y te descubres siguiendo esa melodía imaginaria de dedos, recorriendo los nudillos de esas manos que desearías escribieran tu nombre con tinta de sudor y piel. Pero despiertas y la luz fluorescente te devuelve, ingrata, a la realidad. No hay caricias y los gráciles sonidos que segundos antes escuchabas casi susurrados, ahora simplemente suenan a hueco. Vacío.

Quizás en otros tiempos te hubieras recostado inconscientemente, mejilla contra la mesa, esperando revivir eternamente esta sensación para ti tan dulce. Pero hoy parece que los pies te pesan. No has desayunado nubes como antaño, ni has paseado de madrugada en imaginarios campos de margaritas. Te has levantado (como vienes haciendo estos últimos años) con la horrenda alarma del teléfono móvil. Y el desayuno que antes te esperaba (caliente) en la mesa de la cocina, ahora se calienta dando vueltas en el plato del microondas.

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