Creo que existen dos maneras de enfrentarse a las palabras. Cuando uno recibe una información en forma de texto, puede decantarse por tomar su significado de forma literal o analizar, cual novela, cada coma. Yo me decanto por la segunda y eso tiene, como todo, sus pros y sus contras.
Por un lado resulta mucho más interesante (¡y emocionante!), pensar en cada uno de los posibles significados, en el cómo y el cuándo. Analizar el contenido personal del discurso, las posibles implicaciones morales y personales de su creador. Sacar mis propias conclusiones.
Existe pero, la posibilidad de no conocer fiablemente el contexto en que se han plasmado esas palabras, confundir al interlocutor o asignarle unos principios morales incorrectos. Y es entonces cuando uno se equivoca.
Me encanta equivocarme.
jueves, 22 de abril de 2010
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